El espejo de quienes me quisieron
Porque a veces, lo que somos también es lo que otros dejaron en nosotros sin saberlo
Hay encuentros que no hacen ruido.
No traen promesas, ni finales, ni certezas.
Pero se quedan.
A veces me gusta pensar que nacemos como un libro en blanco.
Sin título, sin márgenes, sin tachones.
Y que cada persona que amamos—de cualquier forma—escribe algo en nosotros.
A veces es una frase que se vuelve nuestra.
A veces es un gesto. Una manera de mirar.
Algo que no sabemos nombrar, pero se nota.
No somos una historia escrita por una sola mano.
Somos un mosaico.
Hecho de lo que otros dejaron en nosotros.
De las voces que nos habitaron.
De los silencios que aprendimos a entender.
Soy un poco de mi mamá.
En cómo exagero con las manos cuando hablo.
En el silencio que hago en los mismos lugares que ella. En ese baile de cuando estoy feliz.
En una frase que me sale sin pensar y me hace reír sola porque suena tan suya.
Soy también lo que vi en ella cuando no decía que estaba cansada, pero lo estaba igual.
Soy mi abuela.
En cómo digo ciertas palabras que suenan viejas.
En el mate de las mañanas, en los programas que mirábamos juntas.
En esa forma de acompañar sin decir tanto.
A veces me siento antigua, y entonces me acuerdo de ella. Y me gusta.
Soy mi papá.
En cómo me guardo algunas cosas, como si no hiciera falta decirlo todo.
En un gesto que me sale cuando me enojo, aunque me cueste admitirlo.
En una forma de cuidar desde lejos.
Soy también un gesto heredado que no elegí, pero al que le fui encontrando ternura.
Soy una escritora—o intento serlo—porque alguien, cuando era chica, me regaló un cuaderno y me dijo que lo que imaginaba valía.
Y yo le creí.
Y a veces con eso alcanza.
Soy una playlist que alguien hizo para mí.
Un consejo que llegó justo.
Un perfume que se volvió refugio.
Una palabra que repito sin saber bien de quién era.
Soy frases sueltas de personas que ya no están, pero que dejaron algo.
Algo chiquito, que no se fue.
Soy un saludo lento, una charla sin apuro.
Porque alguien, alguna vez, me enseñó que detenerse también es una forma de querer.
Y también soy una compañía sin palabras.
Un silencio feliz.
El sonido de unas patitas que corren cuando llego a casa.
Una lealtad peluda que no pide nada.
Solo estar.
Y eso, a veces, es todo.
Hay lugares dentro mío que no inventé yo.
Gestos que me habitan como si fueran míos.
Y quizás lo son.
Porque uno también es eso: lo que se dejó hacer.
A veces me pregunto si yo también fui página en la historia de alguien.
Si dejé una frase, una mirada, un gesto que se quedó.
Si fui parte de alguien como tantos lo son de mí.
Y entonces entiendo que no estoy sola.
Que cuando me miro al espejo, no me veo solo a mí.
Veo a quienes me enseñaron a mirar.
A quienes me acompañaron cuando no sabía cómo decir que necesitaba eso: compañía.
Nadie es completamente propio.
Y qué alivio, también.
Porque el amor no pasa.
Se queda.
Aunque cambie de forma.
Aunque ya no hable.
Aunque no se note enseguida.
El amor deja marcas suaves.
Y si una aprende a mirar, las encuentra.
Me encantó!!!! Muy cierto, todo lo que somos es todo lo que amamos. ⭐️
me encanta la idea de que somos un cachito de cada persona que amamos, porque aunque ya no figuren en nuestra vida, fueron importantes en algún momento prescindible de nuestra vida y no hay nada más bonito que recordar con cariño y con acciones (muchas inconscientes) 🩷